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Corría el año 1885 cuando el Presidente de la República General Don Máximo Santos recibió la visita de una gran personalidad como lo era Don Segundo Decoud, quien se desempeñaba como Ministro de Relaciones Exteriores del Paraguay, y que llegó de paso para Inglaterra, hacia donde se dirigía en misión especial de su gobierno.-
El gobernante duplicó sus atenciones para con el ilustre visitante -pues según sus allegados- Don Máximo nunca ocultó su profundo afecto y respeto hacia la Nación Paraguaya. Quiso hacerle grata su estadía en Montevideo y, adivinando el deseo del Ministro por conocer los establecimientos del Estado, lo llevó personalmente a la Escuela de Artes y Oficios, instituto que por su indiscutible superioridad, no tenía similar en América Latina. Desde allí partieron a recorrer la ciudad.-
Decoud expresó su deseo de conocer el Museo Nacional, por lo que se dirigen también hacia ese lugar; en el momento en que iban a descender del carruaje, el Presidente lo detiene afectuosamente con estas palabras: “…no nos bajemos, recuerdo que me están esperando. Por otra parte, vamos a tener poca luz en los salones. Lo visitaremos mañana…”
¿Qué había pasado? El General Santos les decía a sus allegados más tarde: “…sentí angustia cuando pasó por mi mente, como un relámpago, la idea de que aquel hombre se iba a encontrar con los trofeos de la guerra..!
Así siendo - a pesar de insistir el Sr. Decoud - volvieron a la casa del Sr. Brizuela, quien era el Encargado de Negocios del Paraguay y donde se alojaba el Ministro.-
El General Santos, a las pocas horas se entrevistó nuevamente con el ilustre visitante y le reveló su propósito de la devolución de los trofeos de la Guerra de la Triple Alianza.-
“¡Ahora comprendo su nobilísimo gesto de hace pocas horas, al no permitirme visitar el museo! Reciba Señor Presidente, la gratitud eterna de mi patria y el corazón entero de este paraguayo!”
Ahora bien, ¿cómo se plasmó esta idea..? En una de esas tardes en que el Capitán General Máximo Santos dedicaba a cambiar ideas y a oír opiniones de los integrantes de su gabinete, sobre diversos tópicos, a fin de tomar orientaciones sobre problemas de gobierno, se planteó en el acuerdo de Ministros el asunto de destinar un local apropiado para el Museo Nacional. El general Santos apartó su pensamiento del punto principal que era la obtención del local y dijo: "las banderas tomadas al Paraguay, no están bien en ese sitio ni pueden tener colocación en ninguno de nuestros Museos..."
Hubo un momento de silencio y se pasó a otro asunto. Pero el General Santos se prendió de aquella idea y no la abandonó más. El 12 de abril, reunido nuevamente el gabinete, expresó su intención de elevar de inmediato una nota a la Asamblea Legislativa: la sorpresa entre sus ministros fue grande.
El Ministro de Guerra, General Máximo Tajes, veterano de la Guerra del Paraguay, enmudeció y obedeció como era su costumbre.- El de Relaciones Exteriores Manuel Herrera y Obes, tomado de sorpresa, pidió un plazo para pensar sobre un hecho que consideraba de gran trascendencia en los fastos del Derecho Internacional.- El Ministro de Gobierno Dr. Carlos de Castro, y el de Hacienda, Dr. José Ladislao Terra, celebrando ampliamente y considerando el pensamiento de una generosidad extraordinaria y sin ejemplo en la historia de los pueblos, acompañaron al gobernante en aquella inspiración.
A las pocas horas, en la misma noche, era elevada a la Asamblea Legislativa la solicitud competente para que fueran devueltos solemnemente al Gobierno y Pueblo Paraguayos los trofeos de Guerra, y que se consideraba extinguida y cancelada la deuda del Pueblo Paraguayo a favor de nuestra República, procedentes de los gastos de la Guerra de la Triple Alianza.
La lectura de esta nota causó sensación y fue votada por aclamación por todos los miembros del Parlamento.-
De inmediato el General Santos se dirigió al General Caballero. La nota al General Caballero dice lo siguiente:
“El Presidente de la República Oriental del Uruguay al Presidente de la República del Paraguay. Grande es mi satisfacción al llevar al conocimiento de V.E. que las Honorables Cámaras han sancionado, por aclamación, el proyecto de ley, enviado por mí, pidiendo que le fueran devueltos al Noble Pueblo Paraguayo, las banderas y trofeos de guerra que un día puso en nuestras manos la suerte de la guerra. Vuelvan a donde nacieron esos girones que tan alto hablan del valor de un pueblo viril, y si el Dios de la Guerra los separó de su suelo, el cariño de un pueblo hermano, unido por lazos fuertes de amor y amistad, los devuelve, enviando en ellos su sinceros respetos".
Conjuntamente con este telegrama enviaba el General Santos, al Sr. Brizuela, Encargado de Negocios del Paraguay, una comunicación en la que decía: "... los Honorables miembros de las cámaras de mi país, han comprendido como yo, que estos pedazos del corazón de un pueblo guerrero y generoso, debieran volver a dar sombra a aquel suelo regado con sangre de mártires, de valientes, que lucharon con un heroísmo digno de mejor causa. De un pueblo que así lucha, se debe esperar todo, y otro pueblo tan esforzado como él, no debió guardar en prenda lo que más sagrado tiene el soldado: SU BANDERA. Al enviarle estos trofeos al pueblo paraguayo, con ellos va nuestro corazón, abierto de par en par a una República hermana, con quien nos unen lazos tan estrechos y sinceros. Si júbilo tendrán al recibirlos, no es menor el mío al enviarlos".
La escena que se desarrolló en el Despacho del Presidente de Paraguay, General Caballero, el Centauro de Ibicuy, cuando se recibió el telegrama del Presidente del Uruguay, fue de honda emotividad. Solemne momento aquel que se encargó de describir el mismo General Caballero, al publicista Nicolás Granada, Secretario de la Comisión que condujo los trofeos.
Decía Caballero: "Recibimos el telegrama del General Santos en momentos que estábamos en acuerdos; mi secretario Peña lo abrió y me lo pasó en silencio. Léalo Ud. -le dije. No Señor, es Ud. quien debe leerlo... —noté que le temblaba la voz a Peña al decir esto.
Tomé el papel con curiosidad y extrañeza, y a las primeras palabras que leí sentí una vivísima angustia en mi corazón. Las lágrimas más dichosas que han mojado ojos de hombre alguno, saltaron de mis párpados. No veía nada. Pasé el telegrama al Ministro González que era el que tenía más cerca. Este leyó en voz apenas inteligible el despacho. Yo tenía la cabeza entre mis manos. Cuando levanté la vista para mirar a mi alrededor, noté que mis compañeros de gobierno me habían dejado solo.
"El Coronel Duarte, hombre fuerte y avezado en los percances de la vida, el héroe de Yatay, se había ido el primero, no pudiendo contener la emoción; el General Cañete se paseaba sollozando… González no se había podido contener y con el telegrama en la mano, y como si agitara verdaderamente nuestras viejas banderas, anunciaba por todos los ámbitos de la Casa de Gobierno la buena nueva. El pobre Coronel Meza, héroe de Humaitá, postrado por sus dolencias, ignoraba todo. Conociendo su carácter fundamentalmente patriótico, no quisimos hacerle anunciar nada por el momento. Instantes después mi despacho era un verdadero jubileo, y más tarde, la Asunción toda se entregaba a los transportes generosos del más vehemente entusiasmo.
Por ese entonces, Enrique Solano López - hijo del Mariscal Francisco Solano López, que se había educado en la Marina Británica, y que estaba en Buenos Aires, se dirigió al General Santos en estos términos:
“La feliz inspiración de V.E. para devolver al Paraguay los trofeos de la lucha de 1865 a 1870, ha conmovido el sentimiento de todos los que hemos visto la primera luz en aquel suelo. La Historia Americana, mi General, hará justicia a tan simpática iniciativa y en lo futuro será un ejemplo, formando una lección en el presente de los pueblos y gobernantes que olvidan la fraternidad americana.
El Museo Británico de Londres, luce entre sus primeras joyas, el libro de gratitud firmado en las principales ciudades de Francia, agradeciendo los auxilios de Inglaterra en la guerra de 1870/71. El acto de V.E. es superior a este recuerdo, y no tiene precedentes en la Historia. Como paraguayo, aunque ausente de mi patria, le debo, como todos mis compatriotas, el tributo de mi gratitud…
La contestación del General Máximo Santos fue en los siguientes términos: “Al devolver al Paraguay, a la República Hermana y Amiga los trofeos de guerra que la suerte de las armas nos deparó en la cruenta campaña de 1865 al 70, no he hecho, sino ser el intérprete de los sentimientos de este pueblo, que a FUER DE GENEROSO Y NOBLE -EN LOS VALIENTES- UNA VEZ TERMINADA LA LUCHA, VE SÓLO HERMANOS Y NO ENEMIGOS. Soy militar, y he peleado, y sé, como saben todos los orientales, porque todos han luchado despreciando su sangre y su vida por el triunfo de la libertad, que nada hay más querido para el soldado que su bandera. ¿Cómo pues, había yo de no cooperar con todas mis fuerzas, para que estas reliquias veneradas, no volvieran allí donde por sostenerlas y defenderlas, se perdieron tantos valientes?
“El Paraguay, para mí, es una nación digna del mayor cariño y del mayor respeto, pues un pueblo que en su titánica lucha -justa o injusta, eso no es del caso- de cinco años, sacrifica hogar, reposo, familia y vida, por defender su suelo y muere sin lanzar un ay de dolor, puede compararse a los pueblos, modelos de bravuras, de que nos habla la historia de Roma y Grecia, y merece al más alto respeto. Y por el germen de valor y vida que esa nación encierra en sí, merece otra suerte, una suerte próspera y feliz, que le dé el rango que merece entre los pueblos sudamericanos….”
A todo esto, el 21 de Mayo de 1885, a las 4 de la tarde, el Batallón Primero de Cazadores, vestido de gala y condecoraciones de la Guerra del Paraguay, formó frente al Museo Nacional, y Tres Oficiales de la Guarnición y otros tantos de igual clase, recibieron los trofeos y banderas paraguayas y ocuparon su puesto, al centro de la segunda mitad de la Segunda Compañía del Batallón que les servía de Guardia de Honor, sitio vacío desde la muerte de León de Palleja en el campo de batalla. La Unidad marchó en dirección al puerto, allí formó en línea frente a la dársena donde estaban fondeadas las Cañoneras Artigas y la Rivera. Momentos más tarde, en el Salón de Recepción de la Capitanía General, el General Santos se dirigió a la enorme multitud, en la siguiente forma: “… me siento orgulloso que mi país se adelante cincuenta años: la abolición de las preocupaciones feudales, sobre la bárbara vanidad de la victoria que aún estrecha y comprime a la índole humana, tratándose de mantener, en cuestiones de ideas y principios, los odiosos nombres de vencedores y vencidos, después del triunfo de los ideales porque hoy tan solo es dado a los hombres el batallar. La entrega de estos trofeos, no es tan solo un homenaje a nuestra buena amistad con el Paraguay, ni a la solidaridad de nuestra raza: es un homenaje a la civilización…”
Las banderas fueron embarcadas en la Cañonera General Artigas, y como escolta llevaba a la Cañonera General Rivera, y en el momento en que abandonaban el puerto, la Fortaleza del Cerro hacía una salva de 21 cañonazos.
A las 10 de la mañana del día 31 de Mayo, llegaban al Puerto de Asunción y allí estaba el pueblo esperándolos. En ese instante el alma paraguaya se estremeció toda, el espectáculo era impresionante y conmovedor, y según los cronistas de la época la muchedumbre enardecida vitoreaba a nuestra patria.
Los veteranos sobrevivientes de la guerra, doblaban la rodilla y bañados en lágrimas saludaban a sus queridas banderas. En el semblante de cada uno de aquellos hombres, se leía una profunda emoción que contagiaba a los orientales que conducían los trofeos, anudaban el corazón, hacían temblar el alma y dificultaban la palabra.
El Presidente Caballero, al momento de recibir las banderas dijo: “Experimento placer y dolor al contemplar estos despojos de la patria, devueltos hoy por los valientes que los supieron conquistar, y que por un acto espontáneo de desprendimiento elaborado por la civilización y generosidad de un pueblo, vuelven desplegados para que nuevos brazos los empuñen, por la tradición de honor que tienen de caer sahumados por la pólvora y regados con sangre de sus hijos. La heroica y generosa República Oriental del Uruguay, al desprenderse de estas reliquias, viene a dar un elocuente ejemplo y estímulo a la concordia de los pueblos americanos. Este acontecimiento sellará el eterno reconocimiento del pueblo paraguayo al pueblo y gobierno oriental".
La obra estaba realizada, el Congreso Paraguayo votó por aclamación al Teniente General Máximo Santos, Ciudadano de la República del Paraguay y General de sus Ejércitos, y nombró como ciudadanos a todos los miembros de la comitiva oriental que devolvieron los trofeos.
TN (RN) Yamandú Ortiz
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