Edición Nro. 2276 - Punta del Este / Uruguay
enfoques 9 de septiembre de 2022
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MÁS ALLÁ DEL RÍO DE LA PLATA - ENFOQUES COMPARTIDOS f
Enrique Guillermo Avogadro
Algo huele mal en Argentina
  • “Cuando un payaso se muda a un palacio, no se convierte en rey; el palacio se convierte en circo”. Proverbio turco
El jueves a la noche nos fuimos a dormir conmocionados por un hecho extraño; ni William Shakespeare podría haberlo imaginado mejor. Como todos, traté de entender qué había pasado en la puerta del edificio donde vive Cristina Fernández, que ha sido el escenario sobre el cual nos regaló su arte escénico desde que concluyó el alegato de los fiscales Diego Luciani y Sergio Mola, con un pedido de doce años de prisión para ella y sólo los cuatro –no un gobierno entero- integrantes de la asociación ilícita que le imputan haber organizado y dirigido después de la muerte de su marido.
La secuencia de lo acontecido en el barrio de Recoleta fue llamativa. La concentración de escasos –nunca superaron los 6000- militantes, con cortes de calles, fuegos artificiales que impactaron en balcones vecinos, parrillas de choripán y puestos de venta de merchandising kirchnerista y, derivó en un descontrol total que justificó la intervención de la Policía de la Ciudad; los salvajes disturbios, con veinte policías heridos, hizo que el Estado retrocediera. En minutos, el inefable Juez local, Roberto Gallardo, que exhibe en su despacho curiosos retratos de gente repudiable, ordenó al Gobierno de la Ciudad, anfitrión en su territorio del Gobierno nacional, liberar la zona y retirar las cámaras de seguridad. En seguida, el hijísimo Máximo dijo que la oposición estaba buscando matar peronistas.
Apareció entonces la Policía Federal, a las órdenes de Anímal Fernández, para asumir la seguridad de la PresidenteVice, sumándose a su custodia personal de más de cien efectivos encabezados por el Comisario (R) Diego Carbone, un campeón de kickboxing. El jueves, cuando ella llegó a su casa y comenzó a autografiar ejemplares de “Sinceramente …”, el bodrio que dice haber escrito, un tipo mezclado entre sus adherentes se acercó a 50 cm. de la cara de la procesada funcionaria y disparó un arma frente a cámaras casualmente muy cercanas; digo “disparó” porque, claramente, se vio salir algo de ella. La emperatriz hotelera continuó firmando con tranquilidad durante seis minutos más, saludó y se fue.
El atacante fue detenido por los asistentes, no por la custodia -que no reaccionó y tampoco aseguró el primer círculo alrededor de la víctima- y, sin ser esposado, llevado a un móvil policial, y un arma encontrada cerca. Aparentemente, se trata de una pistola de calibre 7.65, que cabe en el bolsillo que se usa para las llaves o el encendedor. Pese a que tenía cinco balas en el cargador, no había ninguna en la recámara; para quienes no están habituados, cuando un arma automática se dispara, la corredera retrocede y otro proyectil se introduce en la recámara. Hasta aquí, los hechos.
Tres horas después, el autopercibido Presidente firmó el decreto que dispuso un raro feriado nacional -¡por suerte nos va tan bien que podemos permitirnos cerrar la industria, el comercio, los bancos y las escuelas!- para arropar a la laureada actriz Cristina Fernández y responsabilizó a la Justicia, a la prensa y a la oposición por el atentado por su “discurso de odio”. De inmediato, La Cámpora convocó -acompañada por funcionarios, sindicalistas y “pobristas”- a una movilización popular. Todo muestra una actitud totalmente diferente a la que tuvo el kirchnerismo cuando Alberto Nisman fue asesinado, un real magnicidio irresuelto; por supuesto, también fue diametralmente opuesta a la de Raúl Alfonsín cuando, hace treinta años, vivió un episodio similar y pidió a la ciudadanía mantener la calma.
Como mínimo, es obvio que se está tratando de reinstalar el “vestidito negro” que la llevó, en andas de una sociedad tristemente empática, al triunfo en 2011. Además, sirve para ocultar el ajuste que Sergio Massa está llevando a cabo contra un sector de la sociedad y de la actividad privada, pero evitando, como siempre sucede, reducir el gasto público federal, provincial y municipal, que cada vez requiere más impuestos y gravámenes para sostenerse; no podemos olvidar cómo se comportó el kirchnerismo cuando se votó en el Congreso el acuerdo con el FMI, que sólo fue rescatado por la decisión de la oposición de evitar un cataclismo económico-social.
Pero esta concentración de Plaza de Mayo, y la que se ha convocado para el lunes frente a la Corte Suprema, recuerdan a aquélla que, en 1953, terminó con las hordas peronistas quemando las de sedes de partidos políticos opositores y del Jockey Club tras la explosión de bombas sin autores conocidos, y permiten imaginar escenarios muchos peores; como sostengo hace tiempo, hoy esta revivida Nerón está dispuesta a incendiar Roma para obtener impunidad y, en última instancia, conservar el poder eternamente, al mejor estilo chavista.
Las redes sociales están documentando para el futuro las dudas y sospechas que invaden el ánimo de la enorme mayoría de los argentinos con relación a lo sucedido antenoche, y la prensa militante y muchos energúmenos están acelerando la marcha hacia el abismo -ya no una grieta- que ya existía pero que, en estas circunstancias, puede llevarnos a la extrema violencia, tal como la vivimos en los 70’s.
Es la Juez María Eugenia Capuchetti quien tiene la responsabilidad de esclarecer este episodio, y debe hacerlo lo antes posible porque, en la Argentina, el horno no está para más bollos. Y todos debemos cuidar a los jueces y a los fiscales –y a sus familias- que están realizando el juicio oral a Cristina Fernández, puesto que el oficialismo los está acusando de la autoría intelectual de este fracasado atentado y, como hemos visto, siempre puede aparecer un loco suelto, auténtico o no.



ADVERTENCIA: Los artículos periodísticos firmados son de la exclusiva responsabilidad de sus autores. La Dirección.



Otra lección de Chile
Por Julio María Sanguinetti. Chile nos dio ya una lección sobre qué pasa cuando los partidos organizados declinan y la opinión pública termina enfrentada a opciones de hierro entre candidatos de las dos puntas del espectro político.

Fue una lección, pero amarga. Ahora nos acaba de dar otra y ella viene de la ciudadanía misma, con una votación formidable en contra de un proyecto constitucional emanado de una Asamblea Constituyente, elegida sin voto obligatorio, en que los grandes partidos no tenían presencia relevante. Se constituyó entonces como un mosaico heterogéneo de movimientos variadísimos, en general de tono radical. El ochenta por ciento del país había votado que quería una nueva Constitución, pero esta Asamblea se fue alejando, progresivamente, del sentimiento de cambio que había animado esa mayoría. No entendió que no se trataba de cualquier cambio y mucho menos de una riesgosa refundación.
Propuestas maximalistas sobre la propiedad privada, por ejemplo, generaron una ola de preocupación y aunque luego se atemperaran, mantuvieron dudas sobre los procesos de expropiación. Quizás lo más llamativo fue la presencia de la etnia mapuche, que generó escenas bizarras, de un tono folklórico incompatible con la importancia del proceso constituyente. El hecho de que el debate sobre la naturaleza del Estado haya terminado en un Estado "plurinacional y pluricultural", que reconocía la autonomía territorial y legislativa de once grupos "originarios" generó la sensación de que se estaban debilitando las bases fundacionales de una República con dos siglos de independencia y una sólida conciencia democrática. A ello se añadía la sustitución del Senado por un bicameralismo asimétrico con la novedad de una cámara de "las regiones" y también una reconfiguración del Poder Judicial reducido a un servicio público descentralizado que desdibujaba su jerarquía.
La advertencia del Presidente Ricardo Lagos de que no se cayera en una Constitución "partisana" no se entendió cabalmente. La Asamblea confundió un texto jurídico fundacional con un programa de gobierno. De ahí que entraron temas que debieron ser de legislación o administración, por su naturaleza polémica, como es el caso, por ejemplo, de la despenalización del aborto y otros asuntos de organización familiar. La propia literatura jurídica se parecía más a un manifiesto que a una Carta Magna.
El Presidente Boric se jugó a favor del proyecto constitucional. Solo contó con el apoyo de los partidos de su base electoral. La Dra. Bachelet fue la única ex mandataria que le apoyó, porque ni Frei ni Piñera ni Ricardo Lagos se sumaron al Apruebo. Lagos no se pronunció por una opción, sosteniendo que el proceso constituyente no terminaba aquí, cualquiera fuera su resultado, generando así una reflexión sensata, que contradecía ese clima eufórico del oficialismo. El propio gobierno asumió que de aprobarse el proyecto, ellos ya propiciaban cinco enmiendas, con los que se reconocía desde el inicio que no existía un consenso razonable sobre el tema.
¿Fue un triunfo de la derecha? No, porque es notorio que el centro socialdemócrata o demócrata cristiano resultó decisivo. Así lo dijo claramente una figura tan emblemática del sector conservador como Evelyn Matthei, la Alcaldesa de Providencia, legisladora, ex Ministra y en su tiempo candidata presidencial. Más que un triunfo de un grupo hubo una derrota contundente de la izquierda radical e identitaria, la que razona desde los particularismos étnicos o ecológicos y que está muy lejos de representar al promedio sensato de una ciudadanía que reclama cambios pero no acrobacia institucional. Instintivamente advierte que cultivando el encanto romántico del radicalismo se termina desestabilizando al país y comprometiendo el clima del trabajo.
Ninguna encuesta anticipó algo parecido a lo que ocurrió. A lo largo de los meses, indicaban un mayor apoyo al rechazo, aunque en las últimas semanas decían que la aprobación crecía. Luego del multitudinario acto oficialista en Santiago, se llegó a afirmar que el resultado estaba "abierto". Los hechos dijeron lo contrario y ratifican el valor relativo de esas investigaciones, no despreciable pero casi nunca definitorio.
Otro detalle electoral no menor es que los 100 mil votantes del exterior apoyaron en gran mayoría el Apruebo, lo que una vez más demuestra que el ciudadano alejado del país no representa su voluntad sino que actúa conforme al clima del país en que vive.
La clarinada de Chile proyecta también sus efectos sobre toda la región. Desmiente la muy repetida afirmación de que estábamos ante un fuerte giro a la izquierda. Evita la caída en una Constitución como algunas que en los últimos tiempos han degradado el ejercicio democrático. Demuestra que cuando el voto obligatorio alcanza a toda la ciudadanía, se diluye el predominio de los sectores más movilizados, normalmente en líneas dogmáticas o de visiones parcializadas. No ignoramos que a los gobiernos les está resultando difícil manejar el malhumor que genera la inflación (en Chile es 13%) y que ello también quizás haya tenido alguna influencia. Por encima de todo, sin embargo, esta formidable voz que ha resonado detrás de los Andes pone límites a la exageración, esa que ha envilecido la discusión sobre causa nobles, que en su desborde terminan debilitando la convivencia social y dividiendo a la gente. (Nota que se comparte con Correo de los Viernes)



 



 

 
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