Edición Nro. 2275 - Punta del Este / Uruguay
enfoques 2 de septiembre de 2022
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Enrique Guillermo Avogadro
Mafiosos y golpistas
  • “El fascismo mediático funciona de esa manera: los fanáticos consumen la basura, la metabolizan y luego la convierten en patoterismo de obvio comienzo, pero de incierto final”. Jorge Fernández Díaz

Cristina Elisabet Fernández de Kirchner sólo tiene un objetivo -lograr la impunidad para sus múltiples delitos- y, para lograrlo, está dispuesta a incendiar Roma; la comparación con Nerón no es gratuita, ya que el Emperador padecía una gravísima enfermedad mental similar a la que, sin duda, afecta a nuestra emperatriz hotelera. Las fuerzas de choque de las que la insana jefa dispone para generar el caos incluyen a “soldaditos” del narcotráfico, barrabravas subsidiados, criminales liberados con la excusa del Covid, falsos mapuches y terroristas del Sendero Luminoso peruano y de las FARC/ELN colombianos, instructores venezolanos, cubanos e iraníes, y anarco-cuentapropistas; esta semana, algunos de sus más energúmenos seguidores han llamado a la “batalla” (sic) y arrastran a los pobres tan fanatizados que se niegan a reconocerla como responsable de su miseria.
Cuando los fiscales Diego Luciani y Sergio Mola pidieron penas tan severas para la viuda de Kirchner y un grupo de sus cómplices, abrieron la caja de Pandora. Pese a que falta mucho para que la sentencia del Tribunal sea emitida, ya que aún deben hablar los abogados defensores e, inclusive, decir sus “últimas palabras” los acusados, el aparato mediático del Ejecutivo ordenó que el “pueblo” salga a bancarla, realice enormes concentraciones y corte las rutas, en una actitud claramente mafiosa y golpista; que ese golpe sea dirigido contra el Poder Judicial, en especial contra la Corte Suprema, no lo hace menos grave a la luz de los preceptos constitucionales.
En su intervención por YouTube desde su despacho en el Senado –algo habitual en ella pero no por eso menos ilegal- Cristina Fernández no refutó una sola de las demoledoras pruebas que los fiscales exhibieron en el juicio, utilizó bastardamente datos personales tergiversados o falsos para denostar a fiscales y jueces y tratar a Mauricio Macri de delincuente,, confesó que su AFI espiaba, acusó de corrupto a su marido muerto, negó que su gobierno haya sido una asociación ilícita y sostuvo que ella ignoraba cuanto sucedía (confesiones de empresarios “arrepentidos”, secretarios privados enriquecidos, cuadernos de Oscar Centeno, asociación inmobiliaria con Lázaro Baéz y bolsos de José López incluidos) en su administración; o sea, pretendió que no se le puede atribuir “responsabilidad funcional”.
Fue aplicando precisamente ese concepto que fueron condenados los integrantes de las juntas militares y, desde 2003, con la clara complicidad del entonces Presidente de la Corte Suprema, sentenciados a prisión perpetua infinidad de militares y civiles que “hubieran debido saber” en razón de su posición en el organigrama estatal durante el Proceso.
Por otra parte, no se puede olvidar que fue la propia Cristina Fernández, como Convencional Constituyente, quien propuso en Santa Fe, en 1994, agregar al artículo 36: “Atentará asimismo contra el sistema democrático quien incurriere en grave delito doloso contra el Estado que conlleve enriquecimiento, quedando inhabilitado por el tiempo que las leyes determinen para ocupar cargos o empleos públicos”.
El hasta ahora denostado peronismo, a cuyos dirigentes ella mandó hace poco a suturarse un esfínter, salió unánimemente a respaldarla, preocupado porque la mancha venenosa de la lucha contra la corrupción alcance a sus señores feudales, sean éstos eternizados gobernadores o gremialistas. Pero la renovada humillación de esos “machos alfa” frente a la “abogada exitosa” y sus aspiraciones de impunidad se da en un momento económico y político sumamente complicado debido al fracaso del artilugio inventado por ella para ganar en 2019 -hoy una mesa que ha perdido una de sus tres patas- y a la inminencia de las elecciones del próximo año, en las cuales prevén una fuerte derrota del oficialismo nacional.
Si bien todo el revuelo mediático ha servido para enviar el feroz ajuste en la educación y la salud de Sergio Massa, “el Aceitoso”, a las páginas interiores de los diarios, no por ello dejará de sentirse en los bolsillos de la gente, absolutamente harta del despilfarro y de la corrupción del Estado; cuando esa “sensación” se agudice, habrá que ver si la declamada lealtad a ultranza de estos caciques, que pretenden renovar sus tan infinitos mandatos, no flaquea ante las encuestas que muestran que la mitad de los votantes del Frente para Todos, y todos los no lo son, dice estar convencida de la culpabilidad de Cristina Fernández.
El canalla que se autopercibe Presidente venía violando la Constitución hace tiempo y ahora, al arrogarse el conocimiento de una causa judicial en trámite, algo que tiene expresamente vedado por su artículo 109, incurrió en un nuevo delito. Llegó al colmo cuando dijo algo que ya entró en la historia prostibularia de nuestro país: “Nisman se suicidó, espero que Luciani no haga lo mismo”; a nadie llamó la atención que contradijera sus públicas y recientes declaraciones sobre el asesinato del Fiscal, porque estamos acostumbrados a su permanente incoherencia, pero sí que formulara, desde el sillón de Rivadavia, una tan clara amenaza al mejor estilo de Don Corleone.
La semana pasada recomendé comprar cascos, asegurando que lloverían piedras; con las violentas amenazas que se formulan diariamente y la fuerte agresividad que exhiben ahora los militantes kirchneristas, seguramente me habré quedado corto.




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Gorbachov, un destino histórico
Por Julio María Sanguinetti. En marzo de 1988 visitamos la Unión Soviética. Estaba plenamente lanzada la idea de la "perestroika" y el mundo entero miraba con expectativa este cambio que sacudía el mundo comunista. Un adelanto de esos cambios ya los habíamos tenido con la visita a Uruguay del canciller soviético Eduard Shevardnadze, una figura abierta y atractiva, que había mostrado ese nuevo rostro del comunismo. Hasta conversó en la calle con una delegación de la colectividad judía que hacía una protesta en la puerta de la Embajada y a la que invitó a visitar la Unión Soviética, como efectivamente ocurrió con una delegación del Comité Central Israelita.
El Presidente de la URSS era Andréi Gromiko, una figura legendaria del mundo soviético: Embajador en los EE.UU. y en Naciones Unidas en los tiempos de la guerra y la post guerra, durante ocho años, fue el gran nexo entre las dos potencias. Luego, 28 años canciller y, más tarde, Presidente. Hablaba de la perestroika con mucha distancia, hasta con cierta ironía. Quedaba claro que no era un entusiasta. Gorbachov, en cambio, no ocultaba su decisión y esperanza en esa política. Tuvimos una larga charla, de dos horas, en uno de los enormes salones clásicos del Kremlin, felizmente no tocados por el espantoso mal gusto de la liturgia soviética. Estaba convencido de que la Unión Soviética no podía seguir con el estancamiento económico que vivía y que se hacía imprescindible un proceso de reconstrucción (perestroika), tanto como el inicio de una política de transparencia política (glasnot).
Consideraba que la dirigencia había asumido ya la necesidad del cambio, pero que sería difícil transformar la mentalidad para una sociedad de iniciativa. No estaba errado, pero él mismo vivía sin embargo una ambigüedad que hasta hoy se le reprocha: su idea no era sustituir el comunismo sino humanizarlo, flexibilizarlo, tanto en lo económico, reconociendo el capital privado, como en lo político, superando el hermetismo totalitario que venía de los tiempos de Stalin. Hasta el final trató de salvar al viejo Partido Comunista.
En aquellos años era un estrella mundial, porque estaba poniendo punto final a la Guerra Fría, intentando reducir el gasto militar y generar espacios de libertad, al habilitar otros partidos y expresiones más allá del comunismo. Poco después acompañaría la reunificación alemana y hasta visitaría al Papa Juan Pablo II, factor fundamental del viento aperturista que sopló desde Polonia con su apoyo a Walesa. También terminaría con la larga guerra de Afganistán, de la que nos habló en aquella conversación mencionada, diciendo que no podía terminar como EE.UU. en Vietnam.
No logró que la economía se reanimara. Y eso le resultó fatal. Sucumbió al impulso opositor de Boris Yeltsin, que lo sustituyó en medio de una pueblada transformada en golpe de Estado. En diciembre de 1991 se declararon independientes Ucrania y Bielorusia y eso marcó el final de la Unión Soviética. También fue el ocaso de la estrella del gran reformador, que terminó su mandato envuelto en protestas y perdiendo el control de los acontecimientos, precipitados de un modo inesperado, no siempre entendido incluso. Intentó más tarde retornar a la vida política como candidato, pero fracasó rotundamente.
Como se advierte, es una figura histórica que al tiempo que fracasaba, dejaba un legado enorme. Porque no solo se disolvió la Unión Soviética (cuya unidad intenta ahora pretende reconstruir Putin) sino que se derrumbó toda la zona de su influencia política. La URSS había aplastado todos los intentos de liberación en la Europa del Este, como los muy recordados de Hungría, Polonia y Checoslovaquia. Su liderazgo había sido realmente imperial, porque la independencia de esos países era claramente nominal. La sustitución de la URSS por la vieja Rusia fue una revolución política y geopolítica, con una repercusión también fundamental en Occidente: el ocaso de los partidos comunistas. La muerte "de una ilusión", como lo definió François Furet, en su notable libro sobre la historia de la idea marxista-leninista.
Para la mayoría de los rusos, Gorbachov ha quedado en la memoria como el símbolo de esa disolución nacional. Un sentimiento nacionalista ruso le sigue condenando históricamente. Putin es ahora la resurrección de ese patriotismo, asociado a un retorno al autoritarismo, que incluye hasta a la Iglesia Ortodoxa. La economía colectivista no retornará, la hegemonía del comunismo de partido único tampoco, pero esta Rusia está bien lejos de lo que soñaban tanto Gorbachov como los que luego pretendieron construir una democracia al modo occidental.
En otra visita histórica, Den Xiao Ping, el reformador chino, nos había pronosticado el final de Gorbachov, porque consideraba imposible realizar, a la vez, la reforma política y la económica, estimando que aquella comía a la segunda y luego se devoraba a ella misma. Fue lo que ocurrió. Extraña dualidad, entonces, la de tanto fracaso personal y tanta influencia mundial. Un destino paradójico. De algún modo le pasó como a los revolucionarios franceses de 1789, que derrumbaron el absolutismo monárquico pero no lograron que su republicanismo cuajara en una verdadera República.
Con el correr de los años, la historia marcará, sin embargo, su enorme influencia. Como también recogerá la bonhomía y honestidad de un hombre que intentó mirar hacia un mundo mejor. Que él no pudo construir pero al que, sin embargo, hizo inevitable.
 



 



 

 
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