Edición Nro. 2016 - Punta del Este / Uruguay
enfoques 5 de mayo de 2017
 
 
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GOBIERNO DE SINDICATOS, por Ricardo Garzón f
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 Gobierno de sindicatos
Tienen un gigantesco poder político, en un país con índices de pobreza e indigencia crecientes, y una población trabajadora en la cual casi cuatrocientos mil ciudadanos ganan menos de quince mil pesos líquidos por mes.
De jubilaciones y pensiones ni hablar. Suman también centenares de miles los pasivos que sobreviven como pueden, a costo y gasto de familiares también empobrecidos, sin perjuicio de otros tantos miles abandonados a su suerte.
El partido subyacente, gobierno-sindicatos, lo perdió el presidente Vázquez, sin medir consecuencias, el mismo día que dispuso -mal asesorado y con arrebato improcedente- la esencialidad en los servicios educativos públicos del país. Fue enfrentado e inmediatamente desoído, desobedecido y derrotado por las gremiales docentes de toda la república, y dio forzada marcha atrás.
De allí en más, el Poder Ejecutivo fue perdiendo paulatinamente autoridad, sin mayores exigencias al respecto por parte de la cúpula del movimiento sindical que lo aguardó sentado, beneficiado de los errores de conducción gubernamental en un país en que pierde terreno diario la pisada del presidente de la república.
Sus grandes carencias y falencias, las del presidente y estado mayor del Pit Cnt, quedaron de manifiesto en la payasada conmemorativa del primero de mayo, Día de los Trabajadores, que nos retrotrajo a los años 50 y 60 del siglo pasado.
Entre otras, desempolvó el movimiento sindical las desflecadas banderas que entonces esgrimió contra el imperialismo yanqui cuando la Unión Soviética aplastó Hungría, y al alarido de "yanquis go home", y al estridente grito y muletilla: "¡obreros y estudiantes, unidos adelante!", avanzaron sobre el siglo XXI con una educación regresiva, carenciada y de terror en todos los ámbitos de la docencia. A tal punto, que hoy resulta insignificante e incomprensible que sobreviva en esta segunda década del siglo un Ministerio de Educación y Cultura que en asuntos de política educativa ha demostrado fehacientemente y con hechos que no sirve absolutamente para nada.
En este malhadado primero de mayo, los dirigentes sindicales trascendieron al poder político uruguayo, y no encontraron nada mejor que abalanzarse sobre los acontecimientos que registra la política internacional, (se les escapa Venezuela de las manos) sin perjuicio de mover a risa cuando la madre de todas las bombas se las tiró Estados Unidos a Afganistán, y no a Siria como mal se dijo en la cadena nacional.
Vergonzosa celebración en el Uruguay, en la cual la castigada familia uruguaya prefririó el tallarín que hacerle la claque a media docena de dirigentes.
Otra muletilla, repetida a coro: "más escuelas y menos cárceles", constituye un punto de vista insostenible.
¡No señores! ¡Más escuelas y más cárceles! ¿Hay que explicárselos?
Los obreros cada vez ganan menos; se los comen los impuestos al trabajo, directos e indirectos, y no pueden asumir el desbordado costo de vida que aflige al país.
La mayoría de la población, acogotada en gravámenes y desesperada por el despilfarro público incontenible, tiene enormes dificultades para comer y hacer frente al pago mensual de las tarifas de la luz, agua, transporte y teléfonos. Esto nunca ocurrió en la vida nacional, ni siquiera cuando el jolgorio de blancos y colorados en los años 60, ya muerto Herrera, y con Batlle en cuarteles de invierno.
Deambula sin horizonte una juventud perdida, generación desviada hacia la holgazanería en el barrio, carne apetecible para  ingresar en los brazos siempre abiertos del narcotráfico. Baste señalar que la deserción estudiantil registra altos índices en tercero de escuela. Estamos hablando y escribiendo de niños de siete años de edad.
El Presidente se ha mostrado, pues, vacilante y pusilánime con el movimiento sindical.
Sabe, sí, que la patología número uno de los sindicatos, hoy, es su desmesurado poder político, acrecentado por el desgobierno que lo involucra.
La cúpula no ha podido lograr soluciones para los trabajadores hambreados, ni tampoco se advierte haya sido apta para encaminar negociaciones que deriven en mantener fábricas abiertas.
Es tal el desconcierto, que la Unión Ferroviaria, sindicato de un servicio que anida desde décadas atrás en el CTI hospitalario, decreta huelgas, ocupaciones y malones sobre los despachos de directores políticos que tampoco entienden, y que tienen manos y pies atados por las circunstancias.
El movimiento sindical y el poder político desvían la atención general, cuando también a coro de ganso (Rubén Darío), reclaman con énfasis un porcentaje del PBI para la educación, puesto sobre la mesa de discusiones el sexo de los ángeles, y si llegará o no al 6% ese casquivano porcentaje.
Ricardo Garzón

 



  
 
 






















 

 

 
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