Compartimos con Lacalle Pou su iniciativa de integrar un consejo de ancianos de expresidentes de la república, -algo parecido a la gerusía espartana o sinedrín de los judíos- para asesorar al poder ejecutivo en aquellas cuestiones que hacen a los más altos intereses nacionales.
No cabe en la mentalidad desarrollada de las generaciones que atraviesan el siglo en que vivimos, que los candidatos a presidente de la república sean ciudadanos que ya ingresaron en la tercera y cuarta edad (ejemplos Mujica y Vázquez), avanzados en sus 70 años, bien próximos a los 80.
Prudente ha sido, en cambio, el llamado a cuarteles de invierno encarado por los ex presidentes Sanguinetti, Batlle y Lacalle Herrera, verdaderos “Maradona” de la política uruguaya.
Hoy son gladiadores que con su sola presencia han limitado y molestado los excesos en que ha incurrido el elenco gobernante, avalado por una mayoría parlamentaria prepotente, que ha cobijado con el voto la corrupción que se denuncia diariamente en vastos sectores de la vida nacional.
¿Puede creerse que un ser normal pueda asumir en esta segunda década del siglo XXI la Presidencia de la República, con setenta y pico largo de años a cuestas?
Los tiempos del General De Gaulle y de Eisenhower trascendieron, y hoy debe evitar el septuagenario candidato el exceso de trabajo, para su bien y para el bienestar de sus semejantes.
Reclamamos juventud e intelecto para ocupar el cargo, a la luz de que el presente exhibe, además, un conjunto de ministros y directores que, salvo contadísimas excepciones, no califican.
En resumen, quien no esté en condiciones de formar con su cuerpo una bandera, que no se precipite, porque bien decía uno de los ocho bisabuelos del joven aspirante: “quien se precipita, se precipita”.
Ricardo Garzón

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