Estaba visto. Bajo el paraguas irresponsable de las mayorías parlamentarias que dan por cierto que nunca se equivocan, se votó con reprochable ligereza y sin estudio previo habilitante una ley que ata los sueldos de los ministros de la Corte y funcionarios judiciales y registrales a los estipendios de los ministros del Poder Ejecutivo.
El mismísimo presidente de la república, -que le enseñó a Larrañaga que se puede recular en chancletas-, reconoció ser el responsable de semejante mascada” de los funcionarios judiciales, a quienes acusó de valerse de artimañas: “Hay cosas que pueden ser legales pero no son justas, ni éticamente, ni moralmente, por más legales que sean”, dijo un atropellado mandatario que le deja a Vázquez, como peludo de regalo, la responsabilidad en la solución de su desquicio.
Cabe recordarle al Señor Presidente que en una República las leyes se cumplen. Si son justas o injustas le tendrá que preguntar a su bancada de yeso, porque ellos fueron los que las votaron.
Sin perjuicio, “como te digo una cosa te digo la otra”, y remató: “…quiero señalar que en este doloroso asunto que nos divorcia de la cúspide del Poder Judicial no hubo ningún error por parte del Ejecutivo en el mensaje por el cual se inició este conflicto”.
¡Bravo Presidente! ¡Viva la Patria!, pero que también ¡vivan la Pepa, la Pepita y la Pepota!
El aumento a los judiciales es emblema y madre de las leyes mamarracho, a pesar que las disposiciones cuestionadas venían insertas en la Ley de Presupuesto, norma privilegiada, Mujica, de cualquier gobierno serio. Debió ser la que marcara el rumbo del quinquenio.
Estas mayorías de voto cantado y a ojos cerrados, acusadas a los gritos de traidoras, caraduras y ladronas en el recinto parlamentario, -que tanto daño le hacen a la república-, son las que subordinan en el medio de una temporada turística para el olvido a varios ministerios que tienen que ver con las cuestiones fronterizas.
Se sigue manteniendo contra viento y marea, pese a las denuncias concretas y alarma periodística que suena incesante a través de los tiempos, a miles de turistas en angustiosa espera en los puentes binacionales, mojones que constituyen hoy vergüenza y oprobio, a semejanza de las pateras que, desde el África negra e inculta, (nada de afrodescendientes), tienen como destino y tierra de redención diferentes países europeos.
“Los visitantes aseveraron que solo había tres casetas abiertas, en tanto la cola de automóviles, casi permanente, llegaba hasta la estructura misma del tendido binacional del Puente General San Martín”. (EL PAIS, trasanteayer, 26 de diciembre).
Profundizando en la desconcertada estupidez que distingue desde tiempo inmemorial y sin excepciones a los titulares de los Ministerios del Interior, Economía, Relaciones Exteriores y Turismo, baste comentar que el ex intendente y actual diputado electo por Río Negro, Omar Lafluf, se encontraba entre quienes aguardaban con infinita paciencia para realizar los trámites. En su caso, debió esperar más de dos horas y media para poder cruzar.
Lafluf se mostró preocupado por el efecto negativo que esta demora tiene en el turismo, y precisó: “estamos todos desesperados… decimos que vienen menos argentinos y por menos tiempo, pero si encima les hacemos perder medio día en la frontera, evidentemente que no estamos ayudando en nada”.
Efectivamente, en las cuestiones básicas del Turismo, hacemos agua por los cuatro costados y no estamos ayudando en nada.
Lo de los puentes, es el símbolo más perfecto y acabado de la horrorosa ineptitud gubernamental.
Ricardo Garzón
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